Viernes Santo - Vía Crucis, décimo tercera estación
Jesús en los brazos de su madre.
Te miro a los ojos y entre tanto llanto
parece mentira que te hayan clavado,
que seas el pequeño al que he acunado
y que se dormía tan pronto en mis brazos,
el que se reía al mirar el cielo
y cuando rezaba se ponía serio.
Sobre ese madero, veo aquel pequeño
que entre los doctores hablaba en el templo,
que cuando pregunté, respondió con calma
que de los asuntos de Dios se encargaba.
Ese mismo niño, el que está en la cruz,
el Rey de los hombres, se llama Jesús.
Ese mismo hombre ya no era un niño
cuando en esa boda le pedí más vino,
que dio de comer a un millar de gente
y a pobres y enfermos les habló de frente,
rió con aquellos a quienes más quiso
y lloró en silencio al morir su amigo.
Ya cae la tarde, se nublan los cielos,
pronto volverás a tu Padre Eterno.
Duérmete, pequeño,
duérmete, mi niño,
que yo te he entregado todo mi cariño,
como en Nazareth, aquella mañana,
"he aquí tu sierva, he aquí tu esclava".
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